Nuestro país está poco acostumbrado a disfrutar de acontecimientos que nos unan como sociedad, de éxitos que nos hagan enorgullecernos colectivamente. Solo algunos éxitos deportivos concitan la unanimidad, para el resto de las cuestiones esperamos a ver el signo de los autores para terminar poniéndoles, según proceda, todo tipo de excusas.
Hace un año los interlocutores sociales sí supimos anteponer los intereses del país, de las personas trabajadoras y de las empresas, por encima de los intereses de las organizaciones negociadoras y, desde luego, de intereses personales. Apostamos por pactar una reforma en beneficio de los trabajadores y las trabajadoras. Un texto que recuperaba derechos por primera vez. Optamos por revolucionar el modelo de contratación, para abandonar la precariedad y para construir unas relaciones laborales estables y dignas, que permitieran a las empresas de nuestro país ser más competitivas. Logramos conquistar derechos y construir una sociedad más justa y menos precaria.
No olvidemos que en nuestro país, la reforma laboral ha sido tradicionalmente sinónimo de devaluación de los derechos de las personas trabajadoras. En el pasado, bajo el mantra de ganar flexibilidad y competitividad empresarial se han incorporado contratos precarios, se ha aumentado el poder empresarial para modificar unilateralmente las condiciones de trabajo o se han empeorado las condiciones salariales, entre otras medidas que pretendían mejorar la economía a costa de quienes trabajan.
Todas las reformas laborales de nuestro país en los últimos 40 años han tratado de reducir la excesiva dualidad de nuestro mercado laboral, pero solo la del año pasado lo está logrando. Lo que debería ser un motivo de alegría para líderes políticos que aspiran a gobernar nuestro país y para los ciudadanos que observen como cada mes los datos evidencian que las empresas aplican con absoluta normalidad la apuesta por la estabilidad, se ha convertido en una lucha por tratar de convertir en un espejismo el cambio histórico de nuestro sistema de contratación laboral. Algunos sostienen que los datos del desempleo están manipulados, aunque los mismos que intentan poner en duda el éxito de la reforma conocen que el sistema de medición no se ha alterado. Insisten en que el contrato fijo-discontinuo es igual de precario que el modelo construido sobre la temporalidad, pero no son capaces de explicar sus altas reticencias a la reforma si nada ha cambiado. En realidad, las críticas solo responden a este insoportable clima de polarización impuesto por los que no son ni siquiera capaces de alegrarse de los buenos datos de España si no son ellos los que se benefician.
Hacen mal en no celebrar este éxito colectivo y en tratar de proyectar sombras sobre el mismo. La labor de oposición –no solo legítima, sino necesaria– no debe usar la manipulación para enturbiar un éxito de todos. La fiscalización de la acción del Gobierno solo sirve a los intereses generales si se es capaz de señalar con la misma rotundidad los errores de este, que sus aciertos. Si cumple esa doble función, se construye país y se avanza hacia una sociedad más justa. Si se niegan los aciertos e incluso se proclaman errores artificiales para tratar de lograr un giro político, entonces se está mirando por los intereses de un único partido, no por los generales.
Todos deberíamos estar orgullosos de una reforma laboral –que es de todos– que por primera vez en la historia ha logrado reducir los niveles de temporalidad en nuestro país, que ha reequilibrado las relaciones colectivas y devuelto el protagonismo al nivel sectorial,que ha incorporado el mecanismo RED y mejorado la regulación de los ERTES, el principal escudo que salvó a nuestros trabajadores y trabajadoras y empresas durante la pandemia. Todos deberíamos estar orgullosos de haber conquistado nuevos derechos laborales y de haber contribuido a construir una sociedad más justa y menos precaria. Celebramos el año de éxito de la reforma laboral como se merece y sobre sus sólidos cimientos empecemos a construir juntos un nuevo Estatuto del Trabajo para el siglo XXI. Ese es el reto que debemos afrontar unidos.