Estaba convencido de que ni en sus mejores sueños las organizaciones patronales podrían haber imaginado un escenario tan favorable para sus intereses como el que ha resultado de la reforma laboral que impulsó el gobierno hace un año y medio. Pues estaba equivocado. Y como dictan las leyes de Murphy, cualquier circunstancia negativa siempre es susceptible de empeorar. Es exactamente lo que puede estar a punto de pasar con las maltrechas y precarizadas relaciones laborales en este país. El gobierno del PP, a través del ministro de Economía, Luís de Guindos, ha dado a conocer su intención de volver a reformar el Estatuto de los Trabajadores para adecuarlo a los requerimientos que llegan desde la Comisión Europea. Y aunque la ministra de Empleo, Fátima Báñez, apostille que sólo serán unos retoques cosméticos, ya podemos prepararnos para lo peor.
Al parecer a las cabezas pensantes de la Unión Europea no les parecen suficientes los sacrificios que estamos haciendo los ciudadanos y las ciudadanas de este país. ¿Les habremos hecho pensar que nuestra resistencia y abnegación es infinita? Quién sabe. Lo único claro es que el Partido Popular, amparado en su mayoría absoluta, se apresta a dar una vuelta de tuerca más a las relaciones laborales para precarizarlas mejor y consolidar el desequilibrio que la anterior reforma laboral ya instaló debilitando la negociación colectiva, favoreciendo el despido fácil y barato, y eliminando la estabilidad contractual del mercado de trabajo. Nos quieren hacer creer que es el único camino para salir de la crisis. El mantra es el de siempre: lo importante es trabajar, las condiciones salariales, horarias, de salud… con que se trabaje es secundario.
Y ahora vendrá un ajuste más. Un ajuste que obviamente no irá encaminado a mejorar la competitividad de nuestro tejido productivo a través de la producción de calidad, la inversión en innovación y la mejora de la cualificación de los trabajadores. Más bien lo contrario. Los más rancios ideólogos de la marca España quieren que incrementemos nuestra competitividad a base de producir más y más y más barato. Es decir, que nuestro modelo referencial sea la China. Este gobierno y el cuadro de mando de la Comisión Europea nos alejan así de nuestros referentes continentales para ubicarnos, en el plano laboral y productivo, en Asia. Ése es el plan que han dibujado para el sur de Europa. Y como en España e Italia no es tan fácil de imponer como en Grecia y Portugal, por una cuestión de tamaño del problema financiero, han decidido pactarlo con las improductivas, extractivas, rancias e inmovilistas élites locales, que han visto desde el minuto cero de esta crisis una enorme e histórica oportunidad de volver a los tiempos en que la sociedad se dividía en amos y siervos.
Y todo guarda una estrecha relación. La reforma laboral que priva de derechos y protección a los trabajadores, los experimentos de privatización de los servicios sanitarios, la reforma educativa recentralizadora y clasista del Ministro Wert, la creación de las tasas judiciales para dificultar el acceso al derecho a la tutela judicial, la amnistía fiscal de Montoro para evasores de divisas, una reforma de las pensiones que nos va a empobrecer aún más a la vez que empujará a muchos a hacerse planes privados que beneficiaran a la banca, la propuesta de endurecimiento de multas y penas de cárcel para manifestantes, el interés por limitar el derecho de huelga a través de una ley de servicios mínimos, y ahora, quién sabe qué artículos del Estatuto de los Trabajadores para incrementar aún más el desequilibrio a favor de algunos poderosos empresarios.
Un guión bien montado que tiene un triste final para una inmensa mayoría. Pero podemos cambiar el final de esta película. Hagámoslo.