En menos de un mes hemos asistido en varias ocasiones (es posible que este fin de semana, con la caída de las temperaturas, también) a las terribles consecuencias de los desastres provocados por la naturaleza. Primero fue Baleares con las riadas, después el litoral del suroeste español, y en especial Málaga, por los efectos de la gota fría, también Canarias con las lluvias torrenciales (aunque con efectos más limitados).
Hace poco más de una semana, y en el marco de la reunión que la Comisión Ejecutiva Confederal celebró en Mallorca, tuve la oportunidad de participar en el funeral de las trece víctimas mortales por las inundaciones de la localidad mallorquina de Sant Llorenç des Cardassar, el municipio de Mallorca más afectado por la tromba de agua de hace una semana que además se ha llevado por delante la forma de vida, las propiedades y las ilusiones de todo un pueblo. Quise modestamente compartir mi pesar y, en la medida de mis posibilidades, su dolor, y hacerles llegar todo el cariño y solidaridad de la familia ugetista, y decirles que no están solos y que, en la medida de nuestras posibilidades, vamos a intentar ayudarles.
Previamente, también tuve la oportunidad de mantener una reunión con la presidenta Balear, Francina Armengol, e intercambiar impresiones sobre lo sucedido. Tengo que confesar que me impresionó su sensibilidad y su compromiso con las personas afectadas por este suceso y, en especial, el dolor por las víctimas. Precisamente con ella, también compartí la necesidad de que se actualicen los recursos destinados a las zonas y a las personas afectadas por sucesos como estos, con el objetivo de que la población se sienta protegida por todas las administraciones públicas.
Estamos ante un hecho terrible, terrorífico. La naturaleza es así, pero el problema no era y no es la naturaleza, sino lo que los humanos hacemos para intentar “dominarla”, muchas veces sin prever correctamente las consecuencias, y cuando naturaleza se desborda, padecemos dramas como este. No es el momento de buscar responsabilidades ni responsables. Tiempo habrá para ello. Es el momento de apoyar a las víctimas, a sus familias y el conjunto de los ciudadanos ciudadanas de esta localidad.
Y este es el momento de reconocer la enorme labor, mucho más allá de sus funciones y responsabilidades, de los cuerpos fuerzas de seguridad del Estado, de protección civil, y de todos los servidores públicos. Y también reconocer la labor solidaria de todas aquellas personas que decidieron abandonar temporalmente sus obligaciones para acudir echar una mano a sus conciudadanos y conciudadanas. Mi reconocimiento y mi orgullo por todos esos servidores públicos que han intentado que esta tragedia sea menos terrible y por todas esas personas que anónimamente han aportado lo mejor de sí mismos para ayudas a los demás.
Después de esta avalancha de visitas, condolencias y promesas, cuando se haga balance de que ha pasado, las promesas no queden en palabras vanas. La declaración de zona catastrófica es importante pero es necesario que se aporten recursos para poder recuperar la economía y la vida cotidiana de las personas afectadas y poderles ofrecer de nuevo un futuro. La tragedia humana y medioambiental ya no se puede evitar, pero no podemos permitir que además se convierta en una tragedia social y económica.
Dentro de un año, sería bueno que revisáramos el grado de cumplimiento de todas las promesas que se han hecho, y ver la situación en la que se encuentran los lugares y las personas afectadas.
Una vez más se trata de personas, no de números, y no vamos a permitir que caigan en el olvido.
PD: De nuevo, quiero trasladar el pesar de toda la familia ugetista a los familiares, compañeros y amigos, del bombero José Gil, fallecido en Málaga cuando se dirigía a ayudar a una familia, afectada por la gota fría en la localidad malagueña de Campillos.