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Catalunya, el PP y la realidad nacional de Andalucía

El Partido Popular ha votado a favor de la denominación de Andalucía como realidad nacional. Y no se ha roto España.  Ni tampoco cabe la menor sospecha de que los andaluces inicien el peligrosísimo camino de la independencia ni que su nuevo Estatuto de autonomía les convierta en unos sátrapas insolidarios. Ese privilegio sólo nos pertenece a los catalanes. O por lo menos eso piensa el Partido Popular que se opone al reconocimiento de Catalunya como nación mientras aprueba que Andalucía sí lo es, o por lo menos su realidad lo parece.

Por eso resulta sencillamente despreciable que la derecha española sea capaz de hacer una cosa y también la contraria en función de los votos que están en juego. Porque al fin y al cabo se trata de votos. Sus cálculos son fríos y claros: la política de enfrentamiento territorial no les da votos en Catalunya, pero sí fuera. Sólo hay que colocar el catalanismo político y social en el disparadero y dejar que los medios de comunicación afines disparen su munición. No ha sido así en el caso de Andalucía. Muchos son los votos que se juega el PP como para permitirse el lujo de cometer de nuevo el error de quedarse al margen del proceso estatutario andaluz. Así fue en el año 1981 cuando pidieron el NO para el Estatuto de Andalucía y lo pagaron caro.

El Partido Popular juega con fuego y lo sabe. Su doble discurso no es admisible, no es legítimo democráticamente. Sobre todo si con ello se debilita la estabilidad política y social del país. Pero, al parecer, eso no importa si hay beneficios electorales que repartir. Obsesionados con afirmar que Catalunya no es más que una región de España, no caen en la cuenta – o sí – de que lo que hacen es dispensarnos el tratamiento propio de una realidad paralela e independiente del resto. Nos quieren dentro y fuera, a la vez, de su España de uniforme azul, ejercicios espirituales y francamente unida. Dentro, por aquello de España roja antes que rota, y fuera, porque necesitamos un enemigo externo que nos sirva para mantener prietas las filas e impasible el ademán. Lástima que el ejemplo de Catalunya se propague. Lástima que cada vez más territorios se planteen la elevación de su autogobierno, incluso dejando cortas las aspiraciones pretendidamente rupturistas de esos talibanes del nordeste.

Una verdadera lástima para esta derecha que cada vez encuentra menos excusas sostenibles para su política de cerrazón y naftalina. Hasta el punto que se tiene que tragar la realidad nacional andaluza con el sonrojo de los que desean pasar desapercibidos. No lo van a conseguir. Una vez más en Catalunya hemos tomado buena nota de esta doble vara de medir que nos pretende dejar castigados en el cuarto de las ratas a algunos, mientras se suma al reparto de parabienes cuando se trata de otros. La verdad es que lo siento por los miles de ciudadanos de buena fe que en Catalunya verdaderamente sufrieron por otorgar credibilidad al discurso catastrofista y delirante de un partido que manifestaba sin rubor que el nuevo Estatut de Catalunya había acabado con el consenso constitucional de 1978 y le había puesto fecha de caducidad a la unidad de España.  Bueno, pues ese consenso se está renovando sobre nuevas bases y sin miedo al famoso ruido de sables. Mal que les pese a algunos nostálgicos de tiempos pasados, que sin duda no fueron mejores.

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