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Es momento de cerrar las heridas

Ayer tuve la ocasión de asistir a unas Jornadas sobre la memoria histórica en Magallón (Zaragoza), donde la terrible huella de los fusilamientos cometidos en el año 1936, cambió la vida del pueblo. Militantes de UGT, del PSOE y del PC fueron asesinados y enterrados en una fosa común.

En esta mañana de vivencias e historias sobre lo sucedido, me impresionó mucho el testimonio de Yolanda, escrito por su hija Vicky Sanz.

Hoy quiero utilizar mi blog para dar voz a su testimonio, que es a la vez el de decenas de miles de personas que han encontrado o que siguen buscando a sus familiares muertos como consecuencia de la Guerra Civil y el franquismo.

“Mi nombre es Yolanda y quiero contaros la historia de mi padre, Cándido Bermejo Navarro. Falleció hace 2 años con la satisfacción de haber recuperado los restos de su amada madre en esta fosa de Magallón, aunque con la pena de no haber conseguido los de su padre y hermanos.

Mi padre nació en Fréscano en el año 1925, y era el tardano de una familia muy trabajadora y acomodada. Recordaba con una sonrisa que él fue el primer niño del pueblo en tener bicicleta, y cómo el día del Pilar la gente necesitada de la zona acudían a su casa a por un plato de comida. Ese día su madre, junto a las cocineras, se encargaba de que nadie se quedase sin comer. Era una familia buena.

Mi padre era un niño feliz hasta que el 26 de julio de 1936 todo cambió. Tenía 11 años cuando fueron a su casa a llevarse a su padre, León Bermejo Redrado, concejal en el anterior ayuntamiento por Izquierda Republicana, y a su hermano, Cesáreo Bermejo Navarro, vocal de la UGT. Su madre se enteró que los llevaban a fusilar a Mallén, por lo que encargó 2 ataúdes para que los enterrasen y no fuesen tirados como perros.

Unas semanas después, el 18 de agosto, volvieron y se llevaron primero a su hermana Felicidad, y horas más tarde a su madre Bienvenida. A mi padre no se lo llevaron porque era muy pequeño. Él mismo escuchó decir a los guardias que no merecía la pena, que moriría de hambre. Le prohibieron entrar en su casa y prohibieron a los vecinos ayudarle. Tenía 11 años.

Vivió en la calle y sobrevivió gracias a una buena vecina que, a escondidas y de madrugada, le daba un trozo de pan con tocino. Dormía en la puerta de su casa, sin atreverse a entrar en ella, y cada día veía como muchos de sus vecinos entraban y la iban desvalijando. Se llevaban los muebles, las joyas, las vajillas… No se conformaron con matar a toda su familia, sino que también incautaron todos sus bienes, sus caballerizas, sus vacas, su casa.

Recordaba cómo con 12 años bajó a Zaragoza a apuntarse voluntario a la legión. Un niño con 12 años que no tenía nada, no tenía familia, no tenía casa, le habían arrebatado todo. Allí pasó unos años, trabajando en lo que podía, hasta que unos familiares de Vera de Moncayo lo recogieron y pudo salir hacia adelante. Poco a poco consiguió formar su propia familia.

Su sueño era volver a Fréscano y recuperar su casa, la que le habían quitado hacía años, y así lo hizo. Con unos años de duro trabajo, pudo comprarla de nuevo.

Fue tal el sufrimiento que tuvo que vivir, que en mi familia jamás se habló sobre esto. Mi padre lo tuvo guardado casi 80 años en el fondo de su corazón.

Fue mi hija, quien junto a sus primos, comenzó a preguntarle. Poco a poco fue contando todo lo que tuvo que vivir. Eran relatos muy cortos, ya que enseguida venían las lágrimas a sus ojos y no podía continuar, pero a la vez fue una especie de terapia para él, hasta el punto que casi todos los días recordaba algo nuevo, algún detalle. Siempre con sus ojos vidriosos.

La infancia de mi padre fue muy dura, demasiado dura para cualquiera (mucho más para un niño tan pequeño). Pero fue una persona tan buena que el resto de su vida recibió todo el cariño que necesitó de niño. Jamás vivió con rencor, y tuvo que vivir en su pueblo, años después, con algunos de aquellos que robaron sus pertenencias mientras él permanecía tirado en la puerta de su casa.

De los 4 asesinados en mi familia, solo hemos podido recuperar el cuerpo de mi abuela, y creemos que tanto el de mi abuelo como los de mis tíos, todos fusilados en Mallén, va a ser muy complicado (si no imposible) debido al lugar donde se encontraba la fosa. Seguiremos luchando para intentar recuperarlos ya que hasta ese día, nuestra herida no se cerrará completamente.

Por eso, cuando hoy en día oigo a gente decir que dejemos de remover el pasado, que dejemos tranquilos a nuestros muertos, solo viene a mi cabeza la emoción y la felicidad que sintió mi padre al recoger los restos de su madre y poder enterrarla en su pueblo, como ella merecía, acompañada de todos los que la queríamos. Esa emoción en su mirada es la que nos empujará a seguir con nuestra lucha, intentando reunirlos a todos para que descansen juntos de nuevo y así, por fin, poder cerrar esa herida.

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