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Carta a los empresarios

Estoy convencido de que gran parte del empresariado ha interpretado la ofensiva salarial de la UGT de Cataluña casi como una excentricidad. Acostumbrados por años de moderación en el incremento salarial, no han entendido la profundidad de nuestra propuesta. La reivindicación que en esta materia estamos formulando no es reactiva. No responde a un movimiento táctico ante los efectos de la globalización económica en forma de deslocalizaciones. Ni tan siquiera responde exclusivamente a la preocupante constatación estadística que confirma que más de un millón de asalariados catalanes tienen que vérselas a fin de mes con la escasez de unos sueldos de no llegan a los 1000 euros.

Aunque sindicalmente estos argumentos serían suficientes para plantear una justa demanda, debo decir que el análisis de ciertos indicadores macroeconómicos fundamentan aún más nuestra posición. Estos indicadores muestran una tendencia inquietante: por primera vez el binomio ciclo económico expansivo e incremento de la participación de los salarios en la renta nacional se ha roto.

Según los datos estudiados por el catedrático de Economía, Antón Costas, y divulgados en su espléndido artículo “El misterio de los salarios”  del Anuario sociolaboral 2007 de la UGT de Cataluña, la mejora, aunque discreta de la productividad de la economía española no ha tenido el mismo reflejo en la la evolución de los salarios. Es más, en términos de poder adquisitivo, el valor correspondiente a 100 euros en el año 1992, equivale a 98 euros en el año 2005. Es decir, el salario real de los españoles en 13 años ha perdido capacidad de compra. Este dato en si mismo es preocupante, pero si además lo ponemos en relación con el desproporcionado aumento del precio de la vivienda, a cualquiera persona sensata abandonaría la autocomplacencia por la marcha de la economía.

Es fácil concluir ante esta realidad, que el papel de las familias como cojín de la economía doméstica de los más jóvenes, ha sido fundamental para apuntalar la llamada paz social, mientras los procesos de diálogo y concertación entre sindicatos, patronales y gobierno daban sus frutos en forma de creación de mayor ocupación.

No obstante, me permito afirmar que ese esfuerzo, por no decir sacrificio, que el conjunto de los trabajadores y las trabajadoras han realizado a lo largo de este ciclo económico expansivo no ha servido para que tanto el gobierno como las organizaciones empresariales abordaran el objetivo estratégico que supone el cambio de nuestro modelo productivo. Desde hace ya demasiado tiempo que el sindicalismo y la UGT de Cataluña en primera fila, ha venido alertando sobre el agotamiento de un paradigma de desarrollo basado en los salarios bajos, la mano de obra intensiva y escasamente cualificada y una más que limitada inversión en innovación tecnológica. El Acuerdo Estratégico por la internacionalización, la ocupación y la competitividad de la economía catalana, supone un intento, tardío, pero honesto por impulsar este cambio. La UGT de Cataluña espera que esta suerte de hoja de ruta pueda dar sus frutos. Pero no podemos fiarlo todo a esta receta.

Por eso, quiero emplazar al empresariado catalán a analizar adecuadamente todos los indicadores que muestran de forma cruda cómo nuestra economía puede tener serios límites que no se derivan sólo de la falta de infraestructuras, ni del acomodo liberal de la fiscalidad. Incluso, el debate sobre los efectos de la nueva oleada migratoria en el mercado de trabajo también es falaz. La inmigración, en tanto que mano de obra barata, han sido acogida con los brazos abiertos por el modelo productivo vigente. Desde luego no han sido los inmigrantes los que han creado con su presencia el paradigma de competitividad de nuestra economía.

Pero esta situación no puede tener mucho más recorrido. La polarización de las rentas, la tendencia decreciente que se observa en el peso específico de los salarios en la riqueza nacional, la elevada temporalidad de la contratación y la creación de ocupación de baja calidad en el sector de los servicios, en detrimento de una industria que sufre los envites de la globalización han puesto límite, por si mismas, a la cuestión. Cataluña, ni tampoco España pueden crecer a costa de los salarios. No es justo, pero es que además no es sostenible.

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