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Ahora, la reforma laboral

Para algunos tertulianos y defensores de la ortodoxia liberal, mentar la necesidad de modificar la reforma laboral es un anatema. Y si la mención se efectúa en los actuales tiempos de crisis, pasa al nivel de sacrilegio.

No importa que haya quedado claramente demostrado que la única utilidad de la reforma laboral del 2012 haya sido la descarga de la crisis sobre los hombros de la clase de trabajadora, la aminoración de sus condiciones, y el entorpecimiento en la recuperación de las mismas cuando el ciclo económico mejora o la crisis pasa. La competitividad se mide en términos low cost para estos animadores socios culturales.

Sin embargo, la realidad es otra. La realidad es que la Administración gallega tiene ahora mismo tremendas dificultades para impedir la actuación de una multinacional que quiere abandonar una actividad a su suerte, impidiendo que otra ocupe su sitio para reducir la competencia a nivel global. La realidad es que una contrata, ACCIONA, deja a 500 trabajadores en Barcelona en la calle a pesar de que la actividad subsiste gracias a un acuerdo de las organizaciones sindicales y la empresa principal. Y, así, se suceden múltiples ejemplos de deslocalizaciones y cierres motivados en razones que sólo se pueden explicar desde perspectivas más complejas que las que los fans de la reforma laboral alimentan.

Frente a esta situación, la Administración está indefensa, carente de los instrumentos necesarios para detener actuaciones torticeras. Y, ello, porque la reforma laboral del 2012 modificó la normativa sobre despido colectivo, eliminando la autorización previa y facilitó hasta el infinito el mismo, suavizando las causas en las que aquel puede motivarse. Y ahora las Administraciones gobernadas por el partido responsable de esta reforma se quejan al mismo tiempo que sus valedores siguen en la misma posición. Un contrasentido permanente.

De esta crisis, ha de salirse de forma diferente a la crisis anterior, donde se profundizó en la desigualdad y en la destrucción de un tejido industrial y empleos dignos que luego no se recuperaron. Hemos hecho un gran esfuerzo al construir un anillo de protección social en torno a los más desfavorecidos y sostener a las empresas mediante los ERTES. Pero este esfuerzo no valdrá de nada a renglón seguido la legislación ordinaria permite a las empresas conductas como las descritas.

Modificar la reforma laboral significa, entre otras cosas, permitir al Estado que controle comportamientos ya no inadecuados sino gansteriles que hieren la conciencia de nuestra sociedad, dejando un sentimiento de frustración de consecuencias imprevisibles.

Es necesario modificar la legislación sobre el despido colectivo ya. Y también acabar con la actual regulación de prevalencia del convenio colectivo de empresa y el vigente régimen de ultractividad que solo conducen al empeoramiento continuado de las condiciones de trabajo, al surgimiento de fenómenos de explotación laboral como las empresas multiservicios y la desigualdad en una sociedad cada vez más polarizada.

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