Esta semana la Comisión Europea publico la actualización de sus previsiones de crecimiento correspondientes a verano de 2019. Estas se hacen sobre el crecimiento e inflación hasta el año 2020 e incluyen a los 28 países de la Unión Europea. Las previsiones de crecimiento, tanto para la UE como para la eurozona, se mantienen prácticamente igual: para 2019, un aumento del 1.4% y del 1,2% respectivamente; y para 2020, 1,6% y 1,4%. Solo hay una disminución de una décima en el crecimiento previsto para la eurozona en 2020.
Esto significa que no hay grandes cambios en el diagnóstico económico global desde finales de abril: el contexto es de moderada deceleración económica, que podría verse agravada si la guerra arancelaria entre EEUU y China escala. Sin embargo, el primer semestre de 2019 se comportó de manera algo mejor a la esperada. En el ámbito general a escala europea se detecta un buen comportamiento de los mercados laborales y un invierno relativamente suave que, por ejemplo, ha sido relevante para una mejor evolución de la inversión en construcción que la esperada.
Con todo, sigue siendo un hecho a destacar, como vienen manifestando las posiciones sindicales a escala europea, la elevada dependencia de la demanda externa y la relativa pérdida de peso de la demanda interna como determinante del crecimiento. Los años de sucesivas políticas centradas en la competitividad externa pasan factura.
Otro hecho digno de comentario es la falta de tono de la inversión o consumo público en un primer semestre del año donde algunas economías importantes se han situado muy cerca de la recesión (Alemania e Italia, señaladamente), un mayor impulso a la intervención pública también viene está siendo recomendada de manera reiterada por UGT en el marco de la Confederación Europea de Sindicatos.
España sale bien parada
En el caso de España, ha salido doblemente reforzada en estas previsiones. Aunque no escapa al contexto de deceleración mundial y también se enfrenta a los riesgos mundiales de deceleración del comercio, lo cierto es que los datos indican que España está desenvolviéndose mejor en este escenario. De hecho, el Gobierno ha revisado al alza sus previsiones de crecimiento para nuestro país.
El doble espaldarazo a la situación española proviene de que, contemplando una previsión de crecimiento superior a la media de la eurozona y a las 5 grandes economías del euro ya en mayo pasado, el crecimiento previsto ha sido aumentado dos décimas, desde el 2,1 % hasta el 2,3% en 2019, mientras que las del resto de las grandes economías del área permanece igual o disminuye ligeramente.
Las razones para esta revisión al alza, expuestas explícitamente por la Comisión, son un crecimiento superior al previsto en la primera parte de 2019, especialmente en las exportaciones netas y en la inversión. No obstante, y en línea con lo que los datos tanto de mercado de trabajo y de Contabilidad Nacional Trimestral muestran, es la demanda interna, apoyada en el Consumo privado, y este a su vez en la creación de empleo, el principal pilar donde el crecimiento español se sustenta. A pesar de estar creciendo a tasas menores que las observadas en el año anterior, el empleo en España aún aumenta a un ritmo en el entorno de un 3% anual. Y ello a pesar de que el empleo creado es esencialmente precario, lo que reduce su impacto positivo sobre las finanzas públicas, sobre la calidad de vida de las familias y sobre la propia sostenibilidad del crecimiento económico.
Subir el SMI
Con toda claridad, y a pesar de que aun falten datos para medir con mayor precisión su impacto, la subida del 22% del SMI no ha tenido los efectos perjudiciales hasta el extremo que algunas previsiones, entre ellas las del Banco de España o la propia Comisión Europea manifestaron este otoño invierno. Difícilmente un escenario de crecimiento como el que presenta España en estas previsiones, muy influido por el comportamiento del mercado de trabajo y del consumo, es compatible con un impacto negativo en la escala en la que se anunció reiteradamente.
Por otra parte, las previsiones se completan con las perspectivas de inflación, donde las españolas se sitúan en el 0,9% para 2019, por debajo del 1,3% pronosticado para la eurozona. Este escenario muestra que el aumento del consumo de los hogares no está generando tensiones inflacionistas, lo que concede márgenes de maniobra para que los salarios crezcan más, recuperando parte del poder de compra perdido desde 2008, con las medidas de austeridad y recortes de derechos que provocaron una intensa devaluación salarial. Ahora, es momento de que los salarios reales aumenten.
Más salario y más reparto de la riqueza
Desde UGT, valoramos los aspectos positivos de este escenario. Primero, la resistencia del crecimiento del PIB en nuestro país, en circunstancias internacionales con importantes amenazas. Segundo, la notable creación de empleo, dado que España es el segundo país con la tasa de paro más elevada de la UE (14,7%), por lo que su reducción debe ser la prioridad número uno de la política económica. Y tercero, la demostración de que puede haber aumentos salariales reales apreciables, especialmente a los grupos que más sufrieron con la crisis, y que esto no solo es compatible, sino que contribuye al crecimiento económico. Para ello, es preciso que los márgenes empresariales moderen su crecimiento, y que se destinen a potenciar la inversión, en lugar de repartir dividendos.
Por otra parte, consideramos que, para sostener el crecimiento económico, deben modificarse aspectos esenciales de la política económica. Sobre todo, adoptar las medidas necesarias para eliminar el problema de la precariedad laboral, que erosiona la relación empleo-salarios-consumo-ahorro, clave para que el crecimiento se mantenga, y para que se traduzca en una mejora de la calidad de vida de la mayoría social, comenzando por la retirada de la reforma laboral de 2012. Esto debería complementarse con unos niveles inversión pública y privada adecuados, unos servicios públicos de calidad, un sistema impositivo con capacidad para recaudar y redistribuir adecuadamente y una recuperación de la política industrial.
En definitiva, las buenas perspectivas macroeconómicas deben servir para adoptar medidas inmediatas para afianzar ese crecimiento y para realizar un reparto más equitativo y social de la riqueza.